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jueves, 25 de marzo de 2010
Prensa de Haití no ha muerto, pero agoniza
PERIODICO LISTIN DIARIO
Santo Domingo.- Dos preguntas básicas nos convocan a este panel: ¿Qué se aprendió de la lección de Haití? y si ¿Están los periodistas preparados para trabajar en zonas de desastres naturales? Como todos ustedes saben, el devastador terremoto que asoló a Haití el 12 de enero no solo causó el colapso del 80% de las viviendas de su capital y más de 200 mil muertes, sino que produjo daños significativos a las sedes y los equipos de impresión y de trasmisión de sus principales medios de comunicación social, además de causar la muerte a unos 27 periodistas.
Dos meses después, los dos diarios más representativos, Le Nouvelliste y Le Matin, están impedidos de regularizar sus tiradas, y apenas han podido publicar ocasionales ediciones, en formatos pequeños y de pocas páginas sin publicidad, para tratar de mantener cierto nivel de presencia en la destruida ciudad.
Es una manera de decir que la prensa, en absoluto, no ha muerto en Haití, pero agoniza.
Por igual, otros dos semanarios representativos, el Haití en Marche y Haití observateur, que se imprimen en Miami y Nueva York, respectivamente, han podido tener una precaria circulación en medio de una sociedad trastornada y cuasi paralizada, en términos económicos y sociales, dentro del esfuerzo por dar cobertura a los hechos.
La información está siendo servida, fundamentalmente, por algunas radioemisoras, ya que las principales sufrieron la destrucción de sus sedes y de sus equipos, así como por estaciones de televisión, aunque la cobertura de esta se hace ineficiente debido a que el volumen de hogares destrozados ha dejado sin aparatos a la mayoría.
Como se puede apreciar, el reto de informar ha sido mayúsculo desde el primer día.
Tan pronto ocurrió el sismo, a las 4:54 de la tarde del 12 de enero, prácticamente todas las estaciones de radio y televisión perdieron sus señales, mientras unas pocas mantuvieron presencia a través del internet.
El papel de las redes sociales
Las primeras informaciones fragmentarias se conocieron a través de internet y de las redes sociales, como Twitter y Facebook, y pudiera decirse que este incipiente modelo de periodismo salvó del silencio total a Haití, ya que al dar una idea de la magnitud de la tragedia, las agencias internacionales, algunas cadenas importantes de televisión y periódicos de todo el mundo se interesaron por el episodio.
Coincidencialmente, nuestro diario tenía un equipo apostado en Puerto Príncipe desde el día anterior, preparando entrevistas con funcionarios del Estado haitiano. La administración del presidente René Preval acababa de reacomodarse con el reciente nombramiento del nuevo primer ministro Jean Max Bellerive, y el LISTÍN DIARIO quería saber de primera mano cuáles eran sus planes de gobierno.
Esa circunstancia, y el hecho de que nuestros reporteros sobrevivieron al terremoto, permitió al LISTÍN ser el primer medio extranjero, descontando por supuesto a las agencias de prensa que tenían en Haití sus corresponsales, en reportar las incidencias iniciales del desastre, pero eso se logró a costa de innumerables dificultades.
Creo que puedo enumerar las principales, que son comunes al resto de la prensa extranjera: el colapso total del sistema energético y de las telecomunicaciones y, luego, la virtual desarticulación y fallo del Estado mismo y la situación de shock de millares de damnificados y de heridos, que solo creaba como única prioridad el salvar la vida ante varias réplicas del sismo, o proceder al rescate de cadáveres entre los escombros.
Salvo el papel jugado por las redes sociales y la internet, el resto de los medios formales de comunicación estaba en situación de extrema precariedad para operar.
El corresponsal de la Associated Press, Jhonattan Katz, salvó su vida de milagro. Su casa se desplomó y lo único que pudo rescatar fue su laptop. Con ella, sin embargo, no pudo trasmitir de inmediato.
Si otra hubiese sido su suerte, la AP no hubiese podido tener un servicio directo desde Haití.
Las primeras 40 fotografías de la tragedia, minutos antes, durante y minutos después, tomadas por el reportero del LISTÍN, fueron suplidas a esa agencia para que las difundiera al mundo y tenemos registro de su publicación en al menos 40 grandes diarios del planeta. En este caso, funcionó un principio de solidaridad entre colegas. Nosotros preferimos proveer las fotos para su uso inmediato, ya que teníamos dificultades para recibir las fotos directamente desde Puerto Príncipe.
Eso lo logramos al día siguiente, cuando la embajada dominicana en Puerto Príncipe, provista de equipos enviados urgentemente desde Santo Domingo, restableció la comunicación telefónica y el servicio de internet quedó disponible para las trasmisiones.
Oportuna ayuda de RD
República Dominicana montó una red celular de emergencia en menos de 48 horas, distribuyó seis teléfonos digitales, llevó combustible suficiente para suplir al gobierno, a la Minustah y a las agencias internacionales de socorro y a su propia embajada.
El terremoto puso en evidencia que Haití carecía de estos teléfonos para casos de emergencia. El mismo poder destructivo del sismo desactivó los sistemas de telecomunicaciones y sus backups.
Solo cuando llegaron los primeros equipos de reporteros del extranjero, con cámaras, plantas de emergencia, antenas satelitales, etc, las informaciones comenzaron a fluir adecuadamente, pero aun así persistían dificultades de todo género para que pudiera realizarse un trabajo más abarcador, más completo de cobertura, ya que al quedar prácticamente desmantelado el Gobierno, no aparecían voceros o fuentes oficiales que pudieran dar detalles fidedignos sobre muchas de las consecuencias de la tragedia.
Un problema adicional, igualmente serio, fue el del acceso al país y luego a los distintos sectores y barriadas de Puerto Príncipe en esas condiciones.
Al quedar inutilizada la torre de control del aeropuerto Toussaint Louverture, los primeros aterrizajes con aviones de socorro o de periodistas se hicieron en total descontrol y por suerte no hubo una desgracia. Este desorden hizo que tropas norteamericanas tomaran el control de las operaciones y lo lograran gradualmente, al cabo de unos pocos días.
Entre tanto, los reporteros que llegaban a Santo Domingo como el punto más próximo a Haití se valían de avionetas o vehículos para ir por tierra. La frontera podía atravesarse sin mayores dificultades porque no había autoridades, pero el acceso era difícil ante la huida de millares de gentes en vehículos y ante los escombros que tapizaban las calles y avenidas de la capital haitiana. Fuera de este problema, había otro: nadie podía dar garantías a la seguridad de los reporteros para movilizarse en una ciudad destruida que, en años recientes, había cobrado fama de insegura por los frecuentes episodios de asesinatos, asaltos, violencia o lucha armada entre facciones contrarias, lo que obligó al estacionamiento de tropas de las Naciones Unidas, que todavía proyectan seguir más años en Haití.
En tales condiciones, la desesperada declaratoria de un toque de queda para evitar saqueos o agresiones nocturnas causó momentáneamente la inhibición del trabajo de los periodistas porque no estaban provistos de ninguna garantía real y adicional para su trabajo. Ni existían salvoconductos ni había tropas de seguridad para protegerlos.
Quiero decir que el reto fue doble, para la prensa y para el periodismo. Primero porque las infraestructuras de equipos de rotativas y de trasmisión quedaron inutilizadas y, segundo, porque de los mil periodistas registrados en el país, unos 500 quedaron en condición de damnificados, perdieron familiares y su prioridad en esos momentos era rescatar parientes o ayudar a sobrevivientes, no trabajar, porque sus medios estaban paralizados.
De todas maneras, el auxilio de la prensa internacional ayudó a superar esta deficiencia inicial.
Queda claro que una lección que debe aprenderse es que al tratarse de un terremoto demasiado devastador, en una capital de un país paupérrimo, no era posible conservar algún nivel de regularidad y margen de maniobra para que los periodistas o los medios pudieran realizar su trabajo. Si el terremoto se hubiese focalizado en una ciudad o lugar donde esas infraestructuras de comunicación no hubiesen sido afectadas, es seguro que la cobertura periodística fuera otra, tanto la local como la internacional.
Los medios deben de tomar en cuenta la necesidad de diseñar estrategias o logísticas para casos de esta naturaleza, a fin de poder asegurarse de contar con una o más plataformas alternativas de comunicación en caso de que se destruyesen sus soportes principales. La convergencia multimediática puso en evidencia sus ventajas, pues si bien Le Nouvelliste y Le Matin se incapacitaron para publicar sus ediciones impresas, algo pudieron hacer con sus ediciones on line, que son las que actualmente les conservan su vigencia.
Planes de emergencia
Los propios Estados deben por igual preparar planes de emergencia con apoyo en equipos satelitales que son los que, en tales coyunturas difíciles, pueden constituir el remedio para salvar los canales de comunicación intactos y dar avisos al mundo de lo que está aconteciendo. El terremoto de Chile, como el del Perú, en años recientes, demostró que los teléfonos y equipos satelitales pueden facilitar la trasmisión de voz e imagen, no importa el nivel de daño a cualquier infraestructura.
En cuanto a que si los periodistas están preparados para trabajar en zonas de desastres naturales, creo que hay muchas historias que demuestran que sí, que hay aptitud y sobre todo que hay capacidad para aprovechar las múltiples plataformas existentes a fin de realizar el trabajo.
Venciendo dificultades de acceso o de telecomunicación, la prensa pudo llegar, aunque con un leve retraso, al escenario del desastre y dar al mundo todo lo que objetivamente era posible en esas condiciones.
Los periodistas han demostrado, tanto los haitianos como los extranjeros que llegaron después, que son capaces de vencer estos problemas para cumplir adecuadamente su misión, y más en este caso, en que por varios días no había señales de gobierno ni ejercicio de autoridad adecuada para organizar lo que pudiera ser, en otras circunstancias, un ejercicio del periodismo en mejores condiciones. Ellos tuvieron que compartir, como los damnificados, las duras condiciones de sufrir escasez de alimentos y agua, facilidades de transporte, alojamiento apropiado, e incomunicación con las fuentes oficiales.
Su única ventaja fue llegar provistos de aparatos de comunicación y de dólares para pagar algunos servicios vitales, como transporte y gasolina en un mercado negro que disparaba los precios cada día, y poder trasmitir infatigablemente, paso a paso, el desenvolvimiento de las tareas de rescate y de reconstrucción de la vida normal en ese país.
Ahora bien, el problema de la cobertura es uno. El otro crucial, ahora, es el de la supervivencia de los medios de comunicación haitianos en una economía destruida o deprimida.
Como el 20% de las empresas del sector formal y el 80 del sector informal sufrieron cuantiosas pérdidas y la mayoría ha dejado de operar, esto plantea otro reto difícil para los medios: el de la publicidad, que es necesaria para mantenerse a flote financieramente y para pagar empleados.
Hasta que no se logre un real repunte de la actividad productiva, comercial y empresarial, el sector privado y el gubernamental no podrán disponer de recursos para publicidad, lo que plantea el riesgo de que muchos periodistas se queden sin trabajar, probablemente sin cobrar sus pensiones o salarios de liquidación.
Se ha lanzado la idea de crear un fondo para ayudar a los periodistas, doscientos de los cuales forman parte hoy de la enorme masa de damnificados que viven en tiendas de cartón o de plásticos y que no tienen maneras de reinsertarse en su oficio profesional, y creo que la Sociedad Interamericana de Prensa debe hacer un gran esfuerzo para decidir cómo apoyar a la prensa y al periodismo haitiano a sobrellevar esta ominosa perspectiva en su corto y largo plazo.
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