viernes, 19 de marzo de 2010

PRENSA Cubana: los que mandan pero no saben y los que saben pero carecen de poder


Fernando Ravsberg
No hace demasiado tiempo tuve la alegría de ser invitado a la facultad de periodismo de La Habana para una conversación con los alumnos.

Había medio centenar de jóvenes colegas, todos ellos muy respetuosos pero sin pelos en la lengua.

La idea inicial era que nos mantuviéramos dentro del terreno académico, es decir, hablando sobre el trabajo de la prensa extranjera acreditada en Cuba.

Sin embargo, las muchachas y muchachos derivaron hacia temas políticos e informativos nacionales.

Las profesoras no se inmutaron, por el contrario abrieron el diapasón para que discutiéramos todo lo que les interesara a los alumnos.

Nos centramos en la prensa cubana, sus retos y los cambios que se requieren para recuperar el espacio perdido.

Les hice notar que su trabajo profesional sería mucho más difícil que el de sus antecesores porque aquellos escribían para un "nicho" protegido por el monopolio estatal sobre la información. Sin embargo, las nuevas generaciones tendrán que competir con toda la prensa mundial.

Decenas de miles de antenas satelitales clandestinas y cientos de miles de conexiones a internet -legales e ilegales- dan a los ciudadanos acceso, por primera vez, a otra visión de lo que ocurre en el mundo e incluso sobre el acontecer dentro de Cuba.

Ahora cada vez que la prensa nacional "se pase con fichas", deben pensar que los cubanos buscarán en los medios extranjeros la información que necesitan. El silencio ya nunca más será total, ese muro hace agua por todos lados y no alcanzarán los dedos para taponearlo.

Si alguien tuvo la ilusión de que podría omitir del debate nacional el tema de los crímenes de Mazorra, muy pronto pudo comprobar cuan equivocado estaba. Lo que se logró con la censura fue que la única versión de los hechos sea la de la prensa extranjera.

No se trata de que nuestros colegas cubanos tengan un menor nivel profesional sino de que se les impidió escribir sobre el tema, según me contaron varios de ellos, francamente indignados. "Destrozaron nuestra credibilidad", me dijeron.

"En los discursos nos instan a hacer un periodismo crítico y después, a lo córtico, nos dicen que no nos pasemos, parece una broma", me cuenta otro periodista.

Desobedecer puede significar sanciones, suspensiones e incluso el despido definitivo del infractor.

Para los colegas cubanos la situación es tanta o más difícil que para nosotros, el diálogo con quienes dirigen es casi imposible. A decir de Eduardo Galeano, entre estos dirigentes hay muchos que saben alabar a la revolución pero muy pocos que sepan defenderla.

Sin duda, los funcionarios que definen la política informativa -en caso de que exista alguna- se dividen en dos categorías, los que mandan pero no saben y los que saben pero carecen de poder. Dura dicotomía para los que tenemos que lidiar con ella.

Esta realidad es muy grave en un país donde sólo existe una línea editorial para todos los medios, como podrá comprobar cualquier persona que compare lo que se publica cada día en las radios, los periódicos y los noticieros de televisión.

Pero son optimistas, un funcionario del Partido me dijo un día: "tan mal no estaremos si logramos sobrevivir medio siglo". También se puede sobrevivir décadas fumando hasta que aparece el cáncer de pulmón y nos hace pensar que tal vez hubiera sido mejor otra clase de vida.

Hace unos años el ministro de cultura, Abel Prieto, en una conversación me decía que muy pronto el desarrollo tecnológico haría imposible detener una señal de satélite y agregaba que no preparar al pueblo para recibir información de otras fuentes sería suicida.

Sin embargo, quienes continúan con la mentalidad de "plaza sitiada" siguen creyendo que la mejor defensa es mantenerse en sus posiciones, seguir sobreviviendo metidos dentro de las trincheras como lo han hecho "exitosamente" hasta ahora.

Este 14 de marzo, Día de la Prensa Cubana, cada colega ha debido preguntarse a sí mismo qué puede hacer para soltar los lastres que impiden el surgimiento de un periodismo como el que recomendaba José Martí, aquel del "caballo enjaezado, la fusta en la mano y la espuela en el tacón".

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